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Recientemente leí el Informe de Amnistía Internacional titulado “Qué justicia especializada” de noviembre de 2012 y quedé satisfecha al ver que reflejaba por escrito, y en un Informe accesible a todo aquel a quien le pueda interesar, la problemática de la eficacia real de la justicia en interés de la violencia de género en nuestro país. Dicho en otras palabras, el contraste de la dura realidad frente a lo que nos venden en los medios de comunicación o por los partidos políticos de turno. Y es que en la lucha encarnizada por la erradicación de la Violencia de Género, aún queda mucho camino por recorrer. Y los resultados de esta carrera contra reloj para muchas mujeres, depende (en mucha mayor medida de lo que nos creemos) de la propia ideología y comportamientos que continuamos perpetuando en España.

Yo lo pude comprobar en mi propia piel, y es por ello que sé bien de qué os hablo. Cuando empecé a ejercer en estos temas, hace ya 9 años, apenas acaba de ser aprobada la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (1/2004 de 28 diciembre de 2004).

Cuando se me encargaba la misión de defender a la mujer víctima, y por tanto estaba personada como acusación particular en el juzgado, pude ver la escasa (o en ocasiones nula) sensibilidad de la mayor parte de los operadores jurídicos ante los temas de violencia de género, y ante las “supuestas víctimas”.

Al hablar de operadores jurídicos, me estoy refiendo a todos: jueces y juezas, fiscales hombres y mujeres, funcionarios y funcionarias, abogados y abogadas, procuradores y procuradoras. Así, y por poner ejemplos ilustrativos en temas que se pudieran considerar “leves”, como amenazas o malos tratos sin lesión, se podían oír comentarios del tipo: “esto es una simple pelea entre pareja”,, “esto no tiene la suficiente gravedad como para traerlo al juzgado”, “se debería solucionar en casa” , “nos hacen perder el tiempo trabajando para nada”, etc.

A veces incluso iban más allá, permitiéndose juzgar el hecho desde el minuto cero, emitiendo sin disimulo valoraciones subjetivas en cuanto a la credibilidad de la víctima, y en más veces de las que quisiera recordar, a favor del presunto maltratador. Éste, con un mínimo argumento defensivo a su favor, en ocasiones palmariamente inverosímil, solía resultar mucho más creíble para estos operadores, que la versión de la víctima.

Quiero resaltar que la importancia de denunciar estos hechos que a estas personas les parecía que no tenían la suficiente entidad para entablar un proceso penal, reside en que en la mayor parte de las ocasiones son la punta del iceberg, ya que antes han existido otros episodios de malos tratos, incluso mucho más graves y que no han sido denunciados. Así mismo, quiero resaltar que a la mayoría de las víctimas con las que me he encontrado les resulta más fácil denunciar a sus parejas o ex parejas por hechos más leves, pues el sentimiento de culpa y vergüenza que las inunda tras hacerlo es menor que si airean los hechos más graves que han venido padeciendo.

Hoy, tras 9 años de aplicación efectiva de la Ley contra la Violencia de Género, el escenario no ha variado mucho. Sin embargo, yo sí he cambiado. Me he convertido en una férrea luchadora ya no solamente contra la parte contraria, lo cual forma parte de mi trabajo que hago siempre lo mejor que sé, sino en contra de los prejuicios y tópicos que aún abundan en nuestra sociedad.

Y todo ello para que al menos mientras estas mujeres estén conmigo, se sientan un poquito más acompañadas en esta dura lucha que les ha venido impuesta, y que en absoluto ha sido provocada por ellas, ni se la han buscado, ni la denuncian únicamente por molestar a su presunto agresor, como parecen creer otros operadores.

En este sentido, recomiendo la lectura del Informe de Amnistía para poder entender mejor cómo funcionan los Juzgados por dentro en este campo, y para que se entienda que en el camino de la lucha contra la violencia de género aún queda mucho por recorrer: las mentalidades no han avanzado al mismo ritmo que la legislación, y mientras las primeras no cambien, de nada servirán mil leyes tan avanzadas como la nuestra.

Y lo que es claro es que esta mentalidad sólo cambiará si a los niños les damos una educación correcta en las escuelas, en las casas, en los centros de ocio y deporte. Pero para eso, muchas veces los adultos tendríamos que ser reeducados, pues los valores y creencias de antaño aún perduran en esta sociedad que creemos tan libre y avanzada, y que dista mucho de serlo en realidad. Mientras no haya igualdad real en la mente de cada uno/a no la habrá en la realidad.

Todos y todas somos responsables, con nuestros comentarios y nuestras acciones diarias, así como con el ejemplo que damos a los que nos rodean. Lo realmente importante, es que esto no es la lucha de otros. Es nuestra propia lucha.

Mónica Pinedo Santamaría, abogada especialista en derecho penal en JURISMEDIA ABOGADOS

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